Que bien supieron venderme la moto.


El tan esperado siglo XXI acababa de comenzar como quien dice. Afortunadamente, el efecto 2000 y las múltiples profecías apocalípticas que decoraban las portadas de las revistas y rellenaban la parrilla informativa del telediario se habían quedado en un simple bulo.


Todo comenzó como suelen hacer este tipo de cosas. Primero ciertos rumores en las noticias. Después, los rumores se fueron confirmando para posteriormente convertirse en hechos. Y por último, una vez constatado el hecho, una planificada campaña de marketing, merchandaising y una avalancha de bombardeos publicitarios comenzaron a taladrar mi mente sin descanso. No había día en que la televisión, el periódico, carteles en la carretera, panfletos en el buzón, o incluso en jodidas camisetas de calidad discutible, me recordara que tenía que dar el paso. Que si quería ser un hombre moderno, un hombre “chic” del siglo XXI, que coño, un europeo hecho y derecho, tenía que llevar al desguace mi vieja “Vespino Peseta” para adquirir una flamante “BMW Euro”.

Y es que entrabas en un concesionario para verla y menuda diferencia oiga. Que diseño, que planta de súper moto. Transmitía fuerza y seguridad por los cuatro costados. Pero lo mejor eran sus ventajas. En primer lugar, ya no tendría problemas con el octanaje del carburante si salía del territorio nacional; vale que nunca había pasado de Despeñaperros, pero servía que te cagas para fardar delante de los colegas. También había un sinfín de versiones para elegir: las más pequeñas eran de 1,2,5,10 y 20 centímetros cúbicos, y las más grandes de 50, 100, 200 ¡e incluso de 500 centímetros cúbicos!. ¡Menuda pasada!. Además, las había de múltiples colores; rojo, azul, gris, marrón, verde, amarillo o incluso morado. ¡Pero es que había versiones incluso para los más pequeñitos de la casa!; las llamaron “BMW Céntimo”. Joder, como los americanos. ¡Menuda pedazo de burra!, y con fiabilidad alemana al cien por cien. ¿Que podía salir mal?



Aún así, me daba mucha pena deshacerme de mi vieja Vespino y necesitaba tiempo para meditar. Menos mal que en el concesionario eran tipos comprensivos y, aunque había un límite de tiempo para decidirse, me dieron la oportunidad de consultarlo con la almohada. El método era simple: solamente tenía que responder “SI” o “NO”. A partir de ahí, no se por que el marketing publicitario fue más intenso que con anterioridad. ¿Acaso intentaban comerme el coco?. Vete tu a saber, aunque no se el motivo de tantas molestias; si hubiera tenido alguna duda era fácil decidirse. Dentro de mi subconsciente, de mi consciente y mi sobreconsciente el “SI” ganaba por una mayoría tan humillante que el 12 -1 de España contra Malta era un resultado más apretado que los tornillos de un submarino.

Decidido, mañana mismo firmo el contrato de adhesión a la moto sin mirar las características técnicas, prestaciones, consumos, ni letra pequeña que valga. Estoy eclipsado. Al poco tiempo, tengo en mi casa mi flamante “BMW Euro” que estreno con el año nuevo.


Los primeros días fueron de felicidad absoluta. Me veía más alto, con más pelo, me sentía como más importante, e incluso juraría que me creció el pene. No era para menos, las prestaciones de la condenada eran de infarto, aunque al principio no fui consciente de ello, y eso que me movía con una versión normalita de 20 cc. No me quiero imaginar como debe tirar la de 500 (aunque a día de hoy no he visto ninguna; se rumorea que circulan mucho por el mercado negro de alto estanding). 

Lo malo es que me liaba con el velocímetro; el café, la cerveza, y la tapita seguían estando en el mismo lugar que en mi antigua Vespino, al igual que los productos básicos como alimentos o de higiene. Sin embargo, yo tenía la sensación de que iba más rápido que antes, y eso que en el concesionario me dejaron seguir con la Vespino durante un tiempo para ir adaptándome a la nueva moto hasta que llegara la hora de entregarla para el desguace. Cuestión de acostumbrarse, pensaba. Sin embargo, la burra consumía más del depósito de mi cuenta bancaria de lo que hacía la anterior moto. Es lógico, la potencia es mucho mayor, volví a pensar. Además, ahora somos europeos, por lo que en el concesionario me garantizaron que en breve mi salario subiría acorde con el gasto de la moto, así que no tenía que preocuparme por nada.

Lo malo, es que con el paso de los años la moto no iba como esperaba. Seguramente vendría indicado en el manual de instrucciones de la misma. Maldita sea la manía que tengo de no leerlos nunca. Para empezar, el limitador de consumo no funcionaba, y apenas quería darme un paseo con ella que me costaba un ojo de la cara. No se, juraría que cuando la compré el café no estaba tan alto en el velocímetro, a 120 como mínimo colega. Eso es como si en mi vieja Vespino estuviera en el 200, cuando nunca había pasado de 100.


Después comenzaron las revisiones mecánicas, que para colmo, me veía forzado a pasarlas en el taller oficial. No es que tenga algo contra los talleres oficiales, pero es que cuando se ponen a revisar la moto se vuelven muy tiquismiquis y no paran de hacerte preguntas sobre el tipo de uso que le estás dando. Y eso no fue lo peor, cuando llegó el momento de cambiar alguna pieza porque no funcionaba bien, resulta que había que pasar por el control del proveedor oficial, el cual me impuso una serie de duras restricciones y recortes sobre su uso si quería seguir conduciéndola.

Problemas, problemas y más problemas. Evidentemente, tuve que ir al concesionario oficial para pedir explicaciones y poner una serie de reclamaciones en prácticos fascículos coleccionables. Sin embargo, me demostraron que si me hubiera leído la letra pequeña del contrato de adquisición nada de ésto me hubiera pillado desprevenido. Les comenté que me garantizaron que con esta moto, mi salario incrementaría acorde con los gastos de mantenimiento y consumos de la misma, algo que no ha ocurrido, a lo que me respondieron que ellos no se encargan de esas cosas, que debía depurar responsabilidades al departamento de marketing y publicidad de mi país por publicidad engañosa. ¡Ja!, como si fuera cosa fácil.


Así que aquí estoy. Sin apenas percatarme, pasé de estar que no cabía en mi gozo por la pedazo de burra que tenía en mi garaje, a echar de menos a mi destartalada Vespino. Vale que comparada con las motos de otros países parecía un cachivache más oxidado que la chimenea del Titanic, y que tenía que deshacerme de ella si quería estar en el look “made in Europe”. Pero que demonios, al menos era fácil de manejar, podía disponer de recambios cuando quisiese, y gastaba una cantidad de carburante que era acorde con mi salario.


Y aquí acaba mi historia. Lo más normal es que aproveche estas líneas que me quedan para mandar mi más sincero saludo con mi dedo corazón al tío que inventó la dichosa motito mientras me cago en todo el árbol genealógico de su familia. O también podría llamar a Lola Montero para que les pusiera velas negras a todos los que respaldaron, difundieron y colaboraron con el proyecto. Pero no, nada de eso, no me serviría de nada. Creo que lo mejor será rendirse a la evidencia. Lo que haré será quitarme el sombrero y felicitar a los vendedores de tan nefasto producto que tanto mal me ha hecho. Porque me la metieron doblada, y bien doblada. Porque hay que ver que bien supieron venderme la moto.

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