Carta del Pueblo a su amada Democracia.
Hola amor mío:
Si te soy sincero no se que hago
escribiendo esta carta. Tal vez tenga la vana esperanza de que acabes
leyendo estas líneas allá donde estés, o a lo mejor solamente
necesite expresar lo que siento desahogándome en este mar de letras.
Lo único que se es que ahora, más que nunca, te echo tanto de
menos...
Mira que han pasado siglos, pero
todavía me acuerdo cuando nos conocimos en Atenas como si hubiese
ocurrido ayer mismo. Te presentaste con ese vestido semi
transparente, atrevido, y ese escote de infarto que rompía con las
reglas impuestas por los señoritos que ostentaban el poder. Pronto
me sedujiste. Bueno, no solo a mí; los más sabios y filósofos del
lugar también estaban encandilados contigo. No tardaste en hacerte
un sitio en mi corazón y juntos comenzamos nuestra bonita historia
de amor. Y como en todas las historias de amor, nuestros primeros
años fueron geniales.
¿Te acuerdas de Roma?. Madre
mía. Eso si que fue un completo desenfreno, todo el día desnudos en
la cama, haciendo el amor sobre el colchón de la libertad mientras
nos arropábamos con las sábanas de la República y descansando
nuestras cabezas en las almohadas del Senado. Eso si que fue un
volcán en erupción, y no lo que pasó en Pompeya con el Vesubio. Vale que éramos muy jóvenes y cometíamos muchos errores, pero estábamos aprendiendo y teníamos un futuro muy prometedor.
Todo iba genial, hasta que el tal Augusto ese se metió en la
relación. Si, si, ya se que fue culpa mía y debía haberme
resistido a la tentación. Pero apenas pude hacer nada. Cuando quise
darme cuenta ya me encontraba subyugado bajo las garras del
Imperialismo. Tuviste que poner pies en polvorosa, y nunca supe
hacía donde fuiste.
Lo malo, es que el paso de los
siglos acaban afectando a la mente y poco a poco fui acostumbrándome
a esa situación. Y no creas que la Edad Media fue un camino de
rosas; entre las Monarquías Totalitarias y la Iglesia apenas podía
respirar. Apenas tenía tiempo para acordarme de
ti, y casi llegas a convertirte en un leve susurro de mi mente. Aun se me ponen los
vellos como escarpias cada vez que me acuerdo de esa época, y más,
pensando en lo duro que tuvo que ser tu exilio. Pero no, no me olvidé
de ti, y después de más de mil años sin tenerte a mi lado, traté
de nuevo de que vinieras a mi regazo. En 1789 estaba todo previsto, y
nada mejor que París, la ciudad del amor, para preparar tu regreso.
¡Menudo despiporre se organizó!. Eso si que fue una fiesta en tu
honor, y no esas que ahora celebramos una vez cada cuatro
años. Todo pintaba bien, hasta que el cabronazo de Napoleón se
metió por medio.
Pero esta vez no estaba
dispuesto a abandonarte otra vez. Menos mal que encontramos un
rinconcito en el nuevo continente, y en país de los yankies pudimos
vivir decentemente. Todos nos veían de forma rara, pero poco a poco
fuimos prosperando, hasta que nos convertimos en la envidia del
mundo. Vale que hubo muchos que se opusieron a nuestra forma de
entender la vida, pero nos fuimos haciendo un hueco en otros países.
Entonces, en ese preciso instante, vas y me dices que tienes que
irte, pero que no me preocupase, que tus ideales están a buen
recaudo en unos representantes que actuarían en tu nombre.
Confiaba en ti, en tus palabras, en tus promesas. Pero todo ha cambiado. Ha cambiado tanto... Y es que no importa quien lo ostente. El poder siempre acaba corrompiendo a quien lo posee. Tus representantes, tus confiados representantes me han engañado. Me hacen creer que el poder reside en mí, pero eso es mentira. Se hicieron buenos amigos de una gentuza a las que se le conocen como banqueros, y que para mí, son los que ahora manejan el cotarro. Se ha vuelto avariciosos, codiciosos, corruptos, y se agarran al poder como una garrapata a la piel del perro con el único objetivo de chupar toda la sangre posible. Y mira que me rasco, me rasco y no dejo de rascarme. Protesto, me manifiesto, hago huelgas, me he inventado una cosa a la que he llamado “escrache”, pero nada. Haga lo que haga, tus representantes siguen mirando su ombligo y hacen oídos sordos a mi quejas. Y para colmo, siempre que intento acudir a tu prima Justicia, esa que me dijiste que era ciega pero que yo creo que más bien es miope, para hacerle saber todo lo que están haciendo conmigo, ésta mira para otro lado y no quiere saber nada. No lo entiendo, me juraste que tu prima siempre le hacía honor a su nombre y que nunca dudaba en hacer pagar a los culpables por sus delitos, sean quienes sean. Bueno, y de tus tíos “iniciativa popular” y “referéndum” mejor ni hablo.
Confiaba en ti, en tus palabras, en tus promesas. Pero todo ha cambiado. Ha cambiado tanto... Y es que no importa quien lo ostente. El poder siempre acaba corrompiendo a quien lo posee. Tus representantes, tus confiados representantes me han engañado. Me hacen creer que el poder reside en mí, pero eso es mentira. Se hicieron buenos amigos de una gentuza a las que se le conocen como banqueros, y que para mí, son los que ahora manejan el cotarro. Se ha vuelto avariciosos, codiciosos, corruptos, y se agarran al poder como una garrapata a la piel del perro con el único objetivo de chupar toda la sangre posible. Y mira que me rasco, me rasco y no dejo de rascarme. Protesto, me manifiesto, hago huelgas, me he inventado una cosa a la que he llamado “escrache”, pero nada. Haga lo que haga, tus representantes siguen mirando su ombligo y hacen oídos sordos a mi quejas. Y para colmo, siempre que intento acudir a tu prima Justicia, esa que me dijiste que era ciega pero que yo creo que más bien es miope, para hacerle saber todo lo que están haciendo conmigo, ésta mira para otro lado y no quiere saber nada. No lo entiendo, me juraste que tu prima siempre le hacía honor a su nombre y que nunca dudaba en hacer pagar a los culpables por sus delitos, sean quienes sean. Bueno, y de tus tíos “iniciativa popular” y “referéndum” mejor ni hablo.
Por eso te escribo, porque ya no
aguanto más. Me siento ahogado por todas partes y no se cuanto
tiempo más voy a poder seguir aguantando. Creo que estoy enfermando.
Mis manos, con las que me gano el pan gracias a mi trabajo, están
sufriendo una enfermedad a la que llaman “desempleo”. Además,
mis pulmones a veces se encharcan por culpa de un catarro de mocos
infecciosos denominados “hipoteca abusiva” que no me dejan respirar, y lo
peor de todo es que me dicen que el único remedio es una pastilla de
temibles efectos secundarios a la que llaman “desahucio”.
Se que la posibilidad de que esta carta llegue a tus
manos es muy remota, pero si estás leyendo mi llamada de auxilio te
pido que vuelvas. Que vuelvas, querida Democracia. Que aplastes con
tu puño firme a quienes en tu nombre tanto mal me están haciendo.
Porque en tu nombre, me están matando lentamente...
Te quiere.
TU AMADO PUEBLO.
Comentarios
Publicar un comentario