No pierdas nunca tu conciencia
Aunque a nuestra especie no nos guste admitirlo, somos animales. Ahora bien, como bien sabes, tenemos una cualidad que nos diferencia del resto y que es usada como principal baza por aquellos que niegan admitir que somos animales: me refiero al uso de la razón.
Somos animales racionales, dirán algunos. Y aunque la razón sea la principal herramienta que nos distingue de los instintos y comportamientos propios del resto de esos seres vivos que pueblan el planeta, con demasiada frecuencia nos engaña. Por fortuna, tenemos otra herramienta que nos advierte cuando la razón puede estar engañándonos y que a mi juicio debe ser la verdadera guía de todo ser humano: la conciencia.
Por ello, si podemos afirmar que la moralidad es el pilar que sustenta la ética, tal es la importancia de la conciencia, que podría decirse que es el cimiento de la moralidad, porque no en vano, toda la moralidad de nuestras acciones reside en el juicio que de ellas llevamos en nosotros mismos.
Y para probarlo sólo hay que echar una ojeada sobre todas las naciones del mundo y recorrer su historia. Porque entre tanto culto inhumano o extravagante, y entra esa prodigiosa diversidad de costumbres, siempre encontraremos las mismas ideas tanto de justicia como de honestidad y las mismas nociones de bien y mal.
Hay, pues, en el fondo de todo ser humano un principio innato de justicia y de virtud por el cual, a pesar de nuestras propias máximas, juzgamos nuestras acciones y las de quienes nos rodean como acciones buenas o acciones malas, y eso es lo que recibe el nombre de conciencia.
Pero no seamos hipócritas; indudablemente todo el mundo obra por su bien, pero si no existiese un bien moral nunca se entenderá por bien propio otra cosa que las acciones de los malvados. Por eso, los actos de la conciencia no deben ser actos de juicio, sino sentimientos, porque aunque todas nuestras ideas nos vengan de fuera, los sentimientos que las aprecia están dentro de nosotros y sólo por ellos conocemos las cosas que debemos respetar, o repudiar.
Extractos de "Emilio, o De la educación" (Jean-Jacques Rousseau)
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