La chica del violín

Sólo quedaba un mes para el término de las clases en mi primer año de facultad, y los quinientos metros que separaban la universidad de la parada de autobús se hacían más largo de lo habitual. No sé si sería por el hambre, por llevar la mochila repleta de libros que acababa de sacar de la biblioteca, o por ir completamente de negro con este sofocante calor que se anticipaba a la llegada del verano. Me pregunté entonces por qué demonios siempre iba vestido con el mismo color, cuando recordé que reflejaba totalmente mi personalidad; introvertido, reservado, y escéptico con todo aquello que pretende hacer de este asqueroso mundo un lugar flowerpower de felicidad y alegría. No creía en la verdadera amistad, ni en el amor, y mucho menos en la solidaridad o la bondad. Más bien todo lo contrario. Me daba pavor la crueldad de la humanidad, por eso la soledad era mi mejor amiga; mi refugio de seguridad.