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Como cada día, a las seis de la mañana el despertador comenzó a sonar. Mas dormido que despierto, Juan se apresuró a apagarlo antes de que su esposa se desvelara. Juan solía soñar, y mucho, por lo que normalmente usaba el término apocalíptico de "destructor de sueños" para referirse a su despertador, al que siempre echaba en cara no saber cuales sueños debía arruinar y cuales no.
- Hubiera sido mejor que esta noche te hubieras quedado calladito, - le susurró al aparato con una leve sonrisa. Para Juan sus sueños tenían mucha importancia; pensaba que le ocurrían por algún motivo, su estado de ánimo a lo largo del día estaba muy influenciado por el tipo de sueño que había tenido por la noche, y tras analizar su sueño mientras se lavaba la cara con agua fría, estaba convencido que aquel sería un día maravilloso.
Tras vestirse y tomarse su habitual capuchino y tostadas, Juan se despidió de su bella durmiente con un suave beso en la frente. Ya en el garaje, se paró para contemplar su nuevo coche. Tras muchos años de sacrificio y duro trabajo, por fin pudo comprarse ese automóvil que tanto ansiaba desde hacía 15 años. No le fue fácil encontrarlo, ya que era un modelo poco común que además hacía muchos años que no se fabricaba, pero por internet pudo comprárselo a un jubilado francés que no podía mantenerlo.
Tras vestirse y tomarse su habitual capuchino y tostadas, Juan se despidió de su bella durmiente con un suave beso en la frente. Ya en el garaje, se paró para contemplar su nuevo coche. Tras muchos años de sacrificio y duro trabajo, por fin pudo comprarse ese automóvil que tanto ansiaba desde hacía 15 años. No le fue fácil encontrarlo, ya que era un modelo poco común que además hacía muchos años que no se fabricaba, pero por internet pudo comprárselo a un jubilado francés que no podía mantenerlo.
Ni que decir tiene que el camino al trabajo era como un viaje al cielo para Juan bajo el sonido de ese motor V8, y tras aparcar detrás de un todoterreno Opel Frontera de color verde, se dirigió a su oficina dispuesto a afrontar otra jornada laboral.
Llegaba la hora del almuerzo y Juan no podía estar más eufórico, ya que había cerrado un acuerdo con un cliente que le aportaría a la empresa grandes beneficios. Era menester celebrarlo, y nada mejor que comprar una buena botella de vino para disfrutarla por la noche junto a su esposa. La tienda del otro lado de la calle tenía buen género, por lo que se dispuso a cruzar, pero antes pudo percatarse de algo terrible... ¡Su coche, su querido coche tenía un golpe en la parte delantera!. No lo podía creer...
- ¡Me cago en su puta madre! - exclamó -. ¡Éste ha sido el del Opel Frontera verde. El muy cabrón me ha dado un golpe y ni siquiera ha dejado un papelito de disculpas con sus datos! -. El golpe había sido bastante considerable y las marcas de color verde que contrastaban descaradamente sobre la carrocería roja del deportivo de Juan delataban al culpable.
Ni que decir tiene que el día ya se había jodido bastante para él. Aún así, decidió comprar la botella de vino, aunque en la tienda le surgieron dudas sobre que tipo de vino comprar, por lo que decidió pedir asesoramiento a la joven chica del mostrador. Sin embargo, argumentando que acababa de empezar a trabajar en la tienda, la joven dependienta no pudo solucionar las dudas de Juan, el cual, ofuscado por el desgraciado suceso con su coche, descargó un enorme "Big Bang" de ira e insultos contra la pobre muchacha y se fue de la tienda de vacío.
Para Eva aquel trabajo le había venido como anillo al dedo. Necesitaba urgentemente ganar algo de dinero para poder seguir costeándose sus estudios de Criminología, y en aquella tienda de vinos pagaban bastante bien, además de tener que estar solamente a media jornada.
Era su tercer día y ya se desenvolvía bien por la tienda, aunque todavía le faltaba mucho por aprender de éste mundo. Por un lado, le sorprendió que la acabaran eligiendo para el puesto sin tener ni idea de vinos, pero por otro lado, y siendo sincera con ella misma, sabía que la habían escogido para el puesto solamente por su físico, ya que era guapa y estaba bien dotada de delantera. Eva odiaba que su físico le abriera puertas con más facilidad que a otras personas. Casi con toda seguridad, si estuviera atravesando unas circunstancias económicas más favorables hubiera rechazado el puesto, pero en este caso de necesidad tuvo que aparcar su moralidad en el garaje de su conciencia para trabajar en la tienda.
La jornada iba tranquila, como de costumbre, hasta que aquel tipo maleducado y prepotente la había enfurecido de verdad. Los gritos le daban igual, aunque era joven ya había tratado con muchos capullos en la vida, pero lo que no podía soportar era que la hubiese faltado el respeto insultándola y poniendo en duda su profesionalidad como trabajadora porque simplemente no pudo aconsejarle sobre que tipo de vino comprar. ¡Como si ella fuera la culpable de ser nueva en este mundo!
Faltaban diez minutos para la hora del cierre y Eva se dispuso a cerrar la tienda. Durante sus dos primeros días siempre esperaba hasta que fuera la hora del cierre para echar la reja, más que nada por si hubiera alguien que llegara con la hora justa, pero como eso nunca había ocurrido, y además estaba de tan mal humor por culpa de aquel gilipollas, decidió cerrar un poco antes y volver más tranquila a casa.
- Total, seguro que a nadie le importa que cierre 10 minutos antes -, pensó.
Roberto volvió a mirar su reloj por cuarta vez. Llevaba una prisa enorme. Por fin había conseguido que Raquel, esa chica que tanto le gustaba, accediera a cenar con él en su casa. Esa noche era crucial para conquistarla definitivamente, y aunque la cocina se le daba bien, no había caído en la cuenta de que no tenía ninguna botella de buen vino para la velada. Por suerte, conocía la tienda situada frente al edificio de oficinas, ya que todos los días pasaba frente a ella cuando se dirigía a impartir sus clases en la Universidad. Pero debía apresurarse, porque faltaba poco para que cerrara y por la tarde le sería imposible acercarse. Ya solo tenía que doblar la esquina para llegar, y de nuevo no pudo evitar la tentación de ver su reloj.
- ¡Cojonudo. He llegado a tiempo! - pensó mientras accionaba el intermitente de su moto. Se disponía a quitarse el casco cuando no pudo creer lo que veían sus ojos, es más, no dudó en subir la visera para asegurarse que no se trataba de una ilusión. Aquel día, aquel puñetero día en el que necesitaba un buen vino, la tienda estaba cerrada antes de tiempo.
Decir que a Roberto el mundo se le cayó encima es decir poco. Ojalá pudiera tener frente a él al responsable de la tienda, porque de ser así no dudaría en estrangularlo. Tras un par de minutos de total eclipsamiento mental, recordó que a unos diez kilómetros, cerca del centro, había otra tienda que tenía horario continuo. Tal vez, si emulaba a Valentino Rossi con la moto podría ir a la tienda y no llegar tarde a sus clases.
Era la hora de los valientes, y por el amor de Raquel cualquier cosa era poco, así que no dudó en exprimir los caballos de su moto y zigzaguear entre los coches como si estuviera huyendo de la policía. Estuvo a punto de llevarse un buen susto, esa noche había estado lloviendo intensamente y el asfalto todavía presentaba impertinentes charcos de agua, por lo que había que extremar la precaución. Pero por mucha precaución que tomaba, no pudo evitar pasar a toda velocidad por encima de una réplica urbana del lago Ness. Tuvo suerte de no haberse caído.
Susana estaba pletórica; había sido una mañana estupenda de compras compulsivas. Por mucho que la gente se lo repitiera, no sentía para nada ser una afortunada hija de papá. Casi siempre defendía que era una desgraciada y comprar aliviaba esa desgracia. Si no conseguía lo que quería, una buena pataleta, rabieta, o enfado con sus padres era la mejor herramienta para arreglar la situación. No le importaba nada más que ella, ella y ella.
Acababa de salir estrenando ese conjunto que presidía el escaparate de la tienda, un conjunto tan espectacular y caro que le aliviaría su desgracia durante tres días, cuando una moto pasó a su vera a toda velocidad cruzando un enorme charco, tanta, que levantó una gran ola de agua que la empapó de arriba a abajo. Jamás sintió tanta vergüenza; todo el mundo la miraba con cara de lástima. Enfurecida, con la cabeza baja para que nadie la viera, y entre lágrimas, se apresuró hacía su coche; un Opel Frontera de color verde.
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